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Salomón ahora como rey de Israel ve cumplida la promesa hecha a su padre de que él construiría un templo para Dios y aunque lo hace tan lujoso y majestuoso reconoce que nada en la tierra ni siquiera en el cielo es tan grande y glorioso como para que Dios habite en él. Nosotros somos llamados templo del Espíritu Santo y aunque no nos comparamos en lo más mínimo a ese templo Dios ha decidido por su gran amor habitar en nosotros y tener sus ojos abiertos de día y de noche sobre nosotros y se digna a escuchar nuestra oración.
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Ahora el Señor ha cumplido su promesa: Tal como lo prometió, he sucedido a mi padre David en el trono de Israel y he construido el templo en honor del Señor , Dios de Israel. ¡Que tus ojos estén abiertos día y noche sobre este templo, el lugar donde decidiste habitar, para que oigas la oración que tu siervo te eleva aquí!
1 Reyes 8:20 , 29 NVI
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